Muy a mi pesar me doy cuenta de que la mayor parte del tiempo tengo que hacer un esfuerzo (no muy grande, pero esfuerzo al fin y al cabo) para conectarme con alguien y poder entablar una conversación. Me dedico, por pura cortesía, a buscar un tema en común y mantener a este alguien entretenido, volcado en hablar de algo de su interés, por lo menos por cinco minutos. Ahora, el tema pocas veces es de interés de los dos. Como dije, es mera cortesía.
Pero si lo pienso bien, hasta donde me alcanza la memoria en este momento, no recuerdo que alguien haya hecho ese esfuerzo por mi. Porque yo sé que cuesta hablar conmigo. Me di cuenta muchos años atrás. Y supe que si el esfuerzo no lo hacía yo, no lo iba a hacer nadie por mi, nadie me iba a hablar y me iba a quedar sola.
Ahora que me acuerdo de haber reflexionado esto y de darme cuenta hace cuanto adopté esta postura social tan desesperada me da rabia. Rabia conmigo. Me da pena también, de pensarme y recordarme tan desesperada como para doblegarme y ser tan flexible por un motivo que tal vez no se merece mi flexibilidad.
Siento, a estas alturas, que estos actos... El resultado de estas acciones sociales y el análisis pertinente de ellos me resulta útil, como un cedazo En este momento, prefiero no hablar con nadie. Y que nadie me hable, si no tiene algo interesante de que hablarme. Yo ya no me voy a esforzar más.
En este punto de mi vida estoy lo suficientemente choreada y desgastada (demasiado diría yo, para mi corta edad) para seguirme desgastando sólo para obtener la efímera satisfacción de estar hablando con alguien en un ambiente social.
Ya basta.
Prefiero mantenerme congruente con lo que pienso y conversar solita, aunque todos me tilden de loca.
Total, no será la primera ni la última vez que lo hagan.





