¿Qué juego sádico estamos jugando? Viéndonos de manera furtiva, luego entregándonos mensajes entre lineas delante del resto de la gente, como si no nos hubiésemos visto jamás. Te extraño. En cada una de esas situaciones, en las que me siento tan ajena a tí, te extraño con el alma. Me resisto a saltar a tus brazos como un adolescente imberbe. Pero no hay hora del día en que no quiera pasar anidada en tus brazos. Protegida de todo, de todos, de mí.
Te busco en los ojos de otras personas y te hablo a tí. Cada palabra tiene una intención. Cada frase está hecha con tal delicadeza que nadie diría que en ella puedes encontrar versos cálidos, urdidos en la tranquilidad de la mente que divaga mientras descansa luego de una tarde de amor. O que en mis narraciones en verdad relato nuestros amores escondidos. Sólo tú puedes advertirlo. ¿No se te aprieta el estómago ante esa complicidad? ¿No te fascina la idea de que alguien pueda descubrirnos? A mi me pasa muchas veces que a esa fascinación le
sucede una suerte de rebeldía, que busca la exposición de este amor prohibido. Sólo para descubrir, luego de mucho reflexionarlo, que es más hermoso el secreto de las caricias. Son más preciosos los momentos, aunque breves, que compartimos. Y que es impagable la seguridad que siento cuando simplemente me rodeas con tus brazos, en una pieza a media luz, en pleno silencio.
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