Llevaba tantos días arriba que cuando bajé me sentí pequeña. Pequeña, porque hasta ayer era más grande que las casas, más grande que la gente, más grande que los autos y las máquinas que hacen tanto ruido en esta ciudad. Era mas alta que el mar, más ancha que el cielo. Y hoy bajé y me di cuenta de mi normalidad. No era más grande que nadie. No era más ancha que el cielo. Era un mortal más, un poco perdida en la avalancha de gente. Pequeña de alma. Ensimismada en su propio auto-compadecimiento.
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